Jacqueline Novogratz es la fundadora y CEO de Acumen, un fondo de venture philanthropy enfocado en poblaciones vulnerables con el apoyo de una comunidad filantrópica global dispuesta a apostar a un esquema diferente. La organización invierte en líderes y destina “Capital Paciente” a empresas que están en capacidad de aportar soluciones sostenibles a los problemas más complejos. “Nuestra visión es un mundo basado en la dignidad, donde cada ser humano tiene la misma oportunidad. En lugar de regalar la filantropía, la invertimos en empresas y creadores de cambio”, explican desde la organización.
El trabajo de Novogratz comenzó en 1986 cuando dejó su trabajo en Wall Street para cofundar la primera institución de microfinanzas de Ruanda. “Yo buscaba salvar el mundo y lo que encontré fue que la mayoría de las personas no quieren ser salvadas”, explica en una entrevista concedida en el marco del VI S2B Impact Forum, el evento de referencia de la economía de impacto en España. “Hay mucha gente que ya se ha comprometido y está trabajando por cambiar sus propias vidas y tampoco ven cómo les puede ayudar una persona extranjera que realmente no entiende su cultura”, añade.
De Wall Street a Ruanda: un camino de solo ida
De esa primera experiencia en Ruanda se inspiró para escribir “The Blue Sweater: Bridgint the Gap between Rich and Poor” y crear Acumen, convirtiéndose en una de las pioneras de la inversión de impacto. Dieciocho años después, Acumen ha invertido 124 millones de dólares para construir más de 122 empresas sociales en África, América Latina, Asia del Sur y los Estados Unidos. Estas compañías han aprovechado 611 millones de dólares adicionales y han brindado servicios básicos como educación asequible, atención médica, agua potable, energía y saneamiento a más de 260 millones de personas. En 2015, Fast Company nombró a Acumen como una de las 10 organizaciones sin fines de lucro más innovadoras del mundo.
“Acumen existe porque la pobreza existe. Y esencialmente trabajamos con diferentes tipos de capital para invertir en personas y resolver algunos de los mayores problemas del mundo. El mayor problema es la falta de dignidad humana y eso se manifiesta en nuestra falta de acceso a atención médica de calidad, educación, energía y agricultura”, remarca Jacqueline Novogratz.
Reforzados por los casos de éxito
Y la experiencia les da la razón. Creían que el capital paciente podría ser una buena inversión ?para aquellos emprendedores que no solo revolucionarían las industrias y construirían empresas, sino que ayudarían a cambiar los países y los sistemas?, explica Jacqueline, quien añade que “ahora estamos demostrando que eso es cierto y lo demuestran los casos de éxito que hemos presentado. Por ejemplo, invertimos en dos chicos que fundaron una compañía de pollos en Etiopía, donde todas las compañías de pollos del gobierno habían fracasado. Tomó una década, pero ahora no solo venden 20 millones de pollos cada año, sino que mi estimación es que están inyectando alrededor de 200 millones de dólares en la economía, aumentando, significativamente, los ingresos de los agricultores, ayudándoles a combatir el cambio climático”.
“Necesitamos una revolución moral en la que todos nuestros sectores se renueven. Priorizar a los pobres, la sostenibilidad de la tierra, y trabajar juntos, el sector privado y el sector público. Si trabajamos solo con el gobierno o solo con el sector privado, es como si nos cortáramos un brazo y no pudiéramos construir una sociedad en la que todos podamos prosperar”, reclama Jacqueline. “Mi sueño es que en algún punto no necesitemos modificar palabras como ?inversión de impacto” o “capital paciente” o “emprendimiento social”. “Y que todo emprendimiento, todo negocio, toda inversión se base en un propósito, se base en el impacto”, insiste.